10 noviembre 2009

Carta abierta a un hombre hecho de otra pasta


Lo reconozco amigo; su belleza era terrible, trepidante. A su paso no había hombre que pudiera resistir la tentación de girar el cuello y expulsar estruendosos piropos. Incluso los claustrofóbicos fantaseaban con la idea y con el placer de nacer, crecer, reproducirse y morir dentro de lo más profundo e íntimo de este rompecabezas morfológico.

Pelo sedoso, brillante, juvenil, sudado, maloliente, trasnochado, de derribo. Sus ojos, no eran tales… si no orinales a los que hombres pretéritos con bigote enroscado, bombín y traje de pana marrón siempre apuntaban aún a riesgo de salirse.
De carne corrupta están rellenos sus labios; vacía aún está la fosa común de su boca. ¿Quién tendrá la avidez suficiente como para terminar sus días allí?
Sus brazos, su cuerpo… todavía moreno en el ocaso estival. Fino, sensual, dinámico, púber; en una palabra, femenino. Así como femenino es el atuendo con el que tapa sus dos valiosos tesoros, inexpugnables por causa mayor, cada uno en polos opuestos de su latitud. Columnas esculturales rematadas con volutas, siguiendo un riguroso orden dórico, en las que no faltan collarino, equino y ábaco son sus piernas. Sostén sagrado de tan dócil y mágica hermosura. Su boca no está más limpia que la tuya ni su aliento huele mejor. Pero llegar a tocarla, incluso mirarla de frente sin sentir compasión es harina de otro costal.

Lo reconozco, valoro tu valentía. Y digo esto porque creo que lo tuyo fue un acto heróico sin artificios ni mariconadas. Hiciste lo que miles de hombres machos abominarían y lo que yo, hombrecillo genérico y simple no podría hacer nunca. Te acercaste, quizá sin querer te tragaste tu amor propio, babeásteis juntos por obra y gracia de la necesidad mutua y comenzasteis a huír hacia delante. La cuestión era estar, aparentar, que pareciera que tú también estabas en la pomada.

Pero déjame recordarte una cosa, no tienes estilo ni para comerte las migajas de esta gran familia llamada humanidad. Nadie te pedía avances informativos ni películas de sobremesa y aun así, tú las emitías. Cada vez noticias más sórdidas y detalles más bizarros.

Pues bien, al fin hemos dado contigo. Con tu retrato. Y es que tu imagen es la que ella refleja. La de alguien venido a menos, la imagen de la persona que busca el éxito y el reconocimiento alardeando de los más bajos lodazales en los que se ha revolcado. Hay miserias que son pasables y hay costumbres que son deplorables. Pero créeme, hacerse a sí mismo a partir de retales de fantasías es mala inversión en los tiempos que corren.

Frótate los ojos, toma la vía de la normalidad, recupera algo de estima si te queda y, si todavía tienes aliento después de todo, límpiate la mierda que te ha quedado entre los dientes después de tanta comida de culo que le has practicado a tan asqueroso pastel.

Vía | Filtrando la Realidad
Imágenes | Alex Grey

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